1919-2019 CENTENARIO DEL VIAJE DE VICENTE BLASCO IBÁÑEZ A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
(Octubre 1919 – junio 1920)
Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) fue un escritor, periodista y político valenciano que ha dejado una profunda huella en el imaginario colectivo de los valencianos.
Como político impulsó la unificación de las diversas facciones republicanas de Valencia, creando el Partido Unión Republicana Autonomista (PURA), que a partir de 1908 fue mayoritario en el Ayuntamiento de Valencia ciudad, además de muchos otros municipios valencianos. Todo ello en un momento en que España era una monarquía, en la persona de Alfonso XIII, y el Congreso estaba controlado por los partidos monárquicos
Como periodista, colaboró con numerosos diarios nacionales e internacionales. En 1894 fundó el diario “El Pueblo”, que actuó como órgano de difusión de las ideas republicanas, del que fue director hasta que cedió la dirección a su sucesor, Félix Azzati.
En su vertiente como escritor (fundamentalmente de novelas y cuentos) obtuvo un reconocido prestigio, tanto a nivel nacional como internacional. A lo largo de su trayectoria, tuvo varias etapas creativas, de las que la más conocida es su etapa “valenciana” en la que supo retratar como nadie la idiosincrasia del pueblo valenciano. A este ciclo pertenecen novelas tan conocidas como Arroz y tartana, Flor de mayo, La barraca, Entre naranjos, o Cañas y barro.
A nivel internacional obtuvo grandes éxitos con algunas de sus novelas, entre las que cabe destacar Sangre y Arena (Blood and Sand) que además de obtener un gran éxito literario, siendo traducida a numerosos idiomas, fue llevada al cine en varias ocasiones, la primera de ellas (1917) producida y dirigida por él mismo; contando con intérpretes tan destacados como Rodolfo Valentino (1922); Tyrone Power, Rita Hayworth y Anthony Quinn (1941); y Sharon Stone (1989). Aunque la novela que más fama internacional le proporcionó fue Los cuatro jinetes del Apocalipsis (The four horsemen of the Apocalypse), que fue llevada al cine en varias ocasiones. La primera versión fue interpretada por Rodolfo Valentino y Alice Terry (1921), y la segunda por Glenn Ford (1962).
Esta novela, Los cuatro jinetes del Apocalipsis (The four horsemen of the Apocalypse), fue la que le catapultó a la fama de una forma fulminante, ya que llegó en un momento oportuno y reflejaba de forma magistral el conflicto que dio lugar a la I Guerra Mundial (1914-1918).
La gestación de esta novela es digna del guión de otra novela. En 1898, apenas un mes antes de que los Estados Unidos le declarasen la guerra a España (conocida como Guerra de Cuba) Vicente Blasco Ibáñez fue elegido como Diputado en las Cortes, cargo que renovó en siete ocasiones, hasta que en 1906 renunció al cargo de Diputado y se apartó de la política activa, dedicándose casi en exclusiva a su actividad literaria. En 1909 fue invitado a la República Argentina para impartir durante una semana una serie de conferencias en Buenos Aires y, dado el éxito obtenido, el ciclo se amplió, recorriendo todo el país, de uno a otro extremo, a lo largo de casi un año. Durante ese período recibió varias invitaciones por parte de los gobernadores de las regiones de Río Negro y Corrientes para fundar sendas colonias, por lo que entre 1910 y 1914 Blasco Ibáñez abandonó su labor creativa como escritor para convertirse en “colono”, impulsando la creación de dos colonias agrícolas en Argentina, denominadas Cervantes y Nueva Valencia.
Las grandes dificultades de esta tarea, sumadas al cambio de tendencia política en el gobierno argentino, y a la crisis económica por la que atravesaba el país, provocó que Blasco Ibáñez tuviera que abandonar sus proyectos colonizadores y, prácticamente arruinado, regresó a Europa. El viaje desde Argentina hasta Francia lo hizo en un transatlántico alemán, donde fue consciente del ambiente prebélico, que anunciaba la inminencia de la I Guerra Mundial. Apenas unos meses después estallaba la Gran Guerra Europea y Blasco Ibáñez, que residía en París, se puso al servicio del gobierno francés y de la causa aliada, actuando como un “soldado de la pluma”.
Desde el primer momento, y con la autorización del gobierno francés, actuó como corresponsal de guerra, remitiendo sus crónicas periodísticas a España. Finalmente, agrupó estas crónicas en una serie de fascículos semanales que formaron una obra de 9 volúmenes de gran formato, con profusión de fotografías e ilustraciones, denominada Historia de la Guerra Europea.
Según declaraciones del propio Blasco Ibáñez, el Presidente francés, Henri Poincaré, le propuso escribir una novela sobre la Gran Guerra Europea, y entre noviembre de 1915 y febrero de 1916 escribió Los cuatro jinetes del Apocalipsis, que se publicó inicialmente como folletín en el diario El Heraldo de Madrid y más tarde como novela. En los años siguientes escribirá otras dos novelas sobre la guerra: Mare Nostrum (1918) y Los enemigos de la mujer (1919).
La traductora Charlotte Brewster Jordan le propuso traducir Los cuatro jinetes del Apocalipsis al inglés, y el novelista le vendió los derechos de publicación en los Estados Unidos por 300 dólares, publicándose en julio de 1918 en la editorial Dutton de New York. En marzo de 1919 se habían editado sesenta ediciones (cada reimpresión constaba de diez mil ejemplares), o sea, que se llevaban vendidos cerca de 600.000 ejemplares, y la demanda seguía creciendo, hasta convertirse en el libro más vendido en los Estados Unidos durante 1918, mientras que en 1919 las ventas superaban el millón de ejemplares, alcanzando la categoría de best seller. Sin duda, el libro llegó en el momento oportuno, ya que los Estados Unidos habían entrado en la guerra el 2 de abril de 1917, tras el hundimiento del Lusitania.
Fue tal el éxito alcanzado por su novela que Blasco Ibáñez se convirtió en un personaje muy popular, y fue reclamado por las grandes cadenas periodísticas, las editoriales y las productoras cinematográficas americanas. La invitación para viajar a Estados Unidos partió de Archer Milton Huntington, presidente de la Hispanic Society, de la que Blasco Ibáñez era miembro desde febrero de 1910 (junto con su gran amigo Joaquín Sorolla), para pronunciar una conferencia en la Columbia University. Mientras se preparaba el viaje, recibió la oferta de un conocido manager de conferencias, James B. Pond (el mismo que había contratado a Dickens, Kipling, Wells o Gorki) para recorrer los Estados Unidos dando conferencias. Estas conferencias se harían en español, mientras un intérprete resumiría la charla. De hecho, según él mismo diría, sería “el primer español conferenciante que recorrería aquella gran República”.
Blasco Ibáñez se embarcó el 19 de octubre de 1919 en el buque La Lorraine, en el puerto de Le Havre, y la primera conferencia estaba prevista para el 3 de noviembre en la Universidad de Columbia, sobre el tema “Influencia de España en el progreso de la humanidad”. Después seguiría una larguísima serie de conferencias a través de todo el país (se hablaba de cien ciudades), de costa a costa, incluyendo las ciudades de Nueva York, Boston, Chicago y Los Ángeles, y una visita a Cuba, volviendo a Nueva York, desde donde regresaría a España.
Según la prensa americana, su manager le había preparado tres clases de conferencias: una titulada The spirit of the four horsemen, en torno a la reconstrucción de Europa; otra sobre How I write my novels, y la tercera sobre The America we know, en la que presentaría la visión que los europeos tenían de América a raíz de su intervención en la guerra. El traductor de sus charlas sería Robert King Atwell, un americano que había vivido en Puerto Rico. Para preparar su viaje el propio Blasco Ibáñez confesó que durante el verano dedicaba seis horas diarias a leer todo tipo de libros sobre el país y que también había preguntado a los americanos residentes en Niza.
A su llegada a New York se hospedó en el hotel Belmont, donde nada más llegar empezó a recibir a los numerosos periodistas que le esperaban, y que quedaron impresionados por su desbordante energía. De acuerdo con el programa previsto, Blasco empezó su larga serie de charlas en el auditorio Horace Mann de la Columbia University, en Broadway. A esta primera charla siguieron otras, junto a numerosas recepciones y visitas. En el Lyceum Theatre, en Broadway, se ofreció un té al que asistieron cerca de dos mil personas. El día 19 se leyeron fragmentos de sus obras en el Aeolian Hall, un auditorio con 1.100 localidades. También visitó la Academia de West Point, donde fue ovacionado por los cadetes.
Después de Nueva York viajó a Boston (Massachusetts), Buffalo (New York), Baltimore (Maryland) Filadelfia, Pittsburgh (Pennsylvania) Chicago y Omaha (Nebraska), en lo que podríamos llamar la primera fase de su ciclo de conferencias. Visitó también Canadá para visitar las cataratas del Niágara. Desde Ottawa, el 26 de noviembre, envió una carta a Archer Huntington, en la que le informaba de la muerte de su hijo Julio: “Esto me ha quebrantado un poco, pero sigo adelante en mi viaje, pues suspendiéndolo nada puedo remediar”.
Después viajó hacia California, pasando por Nevada y deteniéndose en Salt Lake City. Siguió a través de las Montañas Rocosas, y hacia Colorado (para visitar el gran cañón). Sabemos que pasó por San Francisco, y que en Los Ángeles se alojó en el hotel Raymond. En esta última ciudad dio una conferencia, en el Choral Hall, auspiciada por la Asociación americana de maestros de español.
A finales de febrero llegó a Washington, donde fue homenajeado por el antiguo embajador norteamericano en España, William Miller Collier, que era presidente de la Universidad George Washington, donde se organizó una cena en compañía de embajadores, senadores, congresistas, empresarios y militares. El 22 de febrero, el día en que se conmemoraba el natalicio de George Washington, se celebró uno de los actos más importantes de su viaje: la investidura como doctor en letras honoris causa por dicha universidad. Blasco Ibáñez disertó sobre España y Estados Unidos y de cómo el Quijote había cambiado de continente.
Además, anunció su intención de escribir varias novelas sobre la vida americana. La primera, sobre la monstruosa grandeza de Nueva York; la segunda, sobre la noble distinción de Washington; la tercera, sobre la actividad industrial de los estados del Este y del Oeste, y la cuarta, sobre la belleza romántica de los estados orientados hacia el Pacífico.
El 24 de febrero asistió en Washington, como invitado, a la sesión que celebró el Congreso de los Estados Unidos, donde los congresistas le tributaron una gran ovación.
El viaje de Blasco sirvió ante todo para estrechar sus lazos con la industria cinematográfica. Su primera visita a un estudio tuvo lugar en Nueva York, y el feeling entre ambos fue instantáneo. Entonces pensó que en lugar de escribir novelas para adaptarlas luego al cine, podía escribir directamente los guiones. Entonces le propusieron que escribiera algo relacionado con América, con personajes y trama basados en la vida moderna de los Estados Unidos. Su ingenio creó El paraíso de las mujeres (al estilo de los Viajes de Gulliver) y La reina Calafia, una novela pensada para el cine, rodada o escrita en un doble plano, el del presente en la California moderna y el del pasado en la California de la conquista y colonización española. Pero ninguna se llevó al cine. También retomó un viejo proyecto, que había intentado en varias ocasiones, y escribió un guión basado en El Quijote, que trasladaba la acción a ese momento, mientras que localizaba la acción en California y Nuevo México.
Blasco Ibáñez expresó su deseo de asistir a los rodajes en California y atravesó el país de parte a parte, en compañía de Richard A. Rowland, presidente de la Metro Pictures Co., encargado de llevar a cabo el proyecto. Blasco había rodado la primera versión de Sangre y arena con un presupuesto que estimaba entonces en unos 3.500 dólares. The four horsemen tenía un presupuesto de un millón de dólares.
En California pudo comprobar cómo cerca de 12.000 personas, entre actores y figurantes, trabajaban en el rodaje de las escenas de su novela, representando a los ejércitos francés y alemán. Sus movimientos eran filmados a la vez por una docena de cámaras, coordinados todos ellos mediante un complejo sistema telefónico. También pudo observar la cuidada recreación de un pueblo francés, capaz de albergar a 6.000 habitantes, creado para ser destruido por un bombardeo. El estudio contaba, además, entre otros muchos servicios, con una fábrica de vestuario para proporcionar los miles de trajes necesarios, o una armería que proporcionaba las armas que utilizaban los soldados que recreaban la batalle del Marne.
Sus impresiones las recogió en una de las libretas que utilizaba habitualmente para anotar sus impresiones, a la que puso el título de “La ciudad de todo el mundo”. En ella anotó tanto los paisajes que recorría como los tipos humanos que observaba, desde el tumulto de gentes de Nueva York hasta los indios comanches de Kansas.
Su admiración por Estados Unidos era sincera, y Blasco Ibáñez fue uno de los pocos escritores españoles en considerar Norteamérica como “el país del porvenir”, futuro eje del mundo, en contra de la opinión generalizada de los intelectuales españoles, que la consideraban una “democracia mercantilista” que rendía culto al dinero, la velocidad y a la vulgaridad, entre los que se encontraban algunos de los noventayochistas más destacados, como Unamuno, José Ortega y Gasset o Pío Baroja, que se manifestaban en contra de una modernidad industrial, urbana y despersonalizada, que había dado lugar a una nueva esclavitud, la del hombre frente a la máquina; a la vez que criticaban el “primitivismo” de los americanos, a los que tachaban de hombres standard, frívolos e inconscientes, con un gran vacío interior. No hay que olvidar que apenas unos años atrás, España había sufrido una humillante derrota ante los Estados Unidos, en la que había perdido Cuba y Filipinas, en un conflicto que marcó el fin del imperio colonial español.
Impulsados por el éxito de su novela, las editoriales norteamericanas (especialmente Dutton&Co) se apresuraron a traducir, entre 1918 y 1919, otras de sus novelas, lo que convirtió a Blasco Ibáñez en un personaje reconocido y admirado, y de paso impulsó el gusto de los americanos por todo lo español. En 1920, ya había 20.000 estudiantes matriculados en Nueva York, y más de 200.000 en las universidades y escuelas privadas de todo el país. Se da la circunstancia de que buena parte de la gira de Blasco fue promovida por las asociaciones de maestros de español, agrupadas en una Asociación Nacional, cuyo órgano de difusión era la revista Hispania.
Los norteamericanos se identificaban con Blasco Ibáñez, ya que respondía al modelo de hombre hecho a sí mismo (self made man). Además era polifacético: escritor, aventurero y hombre público, y sobresalía por su personalidad imponente y dinámica. Su vida política anterior se presentaba al gran público plena de circunstancias épicas, incluyendo la prisión y los exilios, lo que le convertía en un personaje de novela, hasta tal punto que le atribuían al autor muchas de las características propias de sus personajes, hasta convertirlo en un auténtico mito.
Tras meses de recorrer los Estados Unidos, dando conferencias y negociando en Hollywood futuros contratos cinematográficos, en los que recorrió Carolina del Norte, Georgia, Nueva Orleans, le invitaron a visitar México, en un viaje imprevisto. No se sabe con exactitud cuál era el objetivo de este viaje, aunque se sospecha que fue un encargo de un lobby periodístico norteamericano, ante el interés por conocer más a fondo la situación del país vecino, inmerso en una caótica revolución.
Antes de su llegada, los periódicos de aquel país publicaron semblanzas muy favorables, haciendo hincapié en su ideología republicana y contraria a la monarquía española, lo que le granjeaba simpatías en un país en plena revolución. Se anunció un apretadísimo programa de actos, visitas y excursiones, dándole a la visita el rango de visita de Estado. Oficialmente, era huésped de la Universidad Nacional, aunque como él mismo diría “Dentro de poco salgo para Méjico invitado por el gobierno”, y añadía: “El presidente Carranza quiere que escriba un libro sobre la situación verdadera del país”, invitación en la que jugó un papel destacado el General Múgica, al que Blasco Ibáñez anunciaba el 21 de marzo de 1920 su próxima llegada.
Al llegar a México Blasco Ibáñez anunció su propósito de escribir un libro sobre ese país, que titularía “El águila y la serpiente”, que reflejaría la realidad actual de ese país, y que pretendía ser elogioso para el gobierno mexicano. Durante su estancia fue recibido por el Presidente, Venustiano Carranza, y fue testigo de los movimientos previos al levantamiento de Obregón. Tras recorrer diversos estados, finalmente, el 2 de mayo embarca en el Morro Castle rumbo al puerto de Nueva York, con escala en La Habana, donde llegó el día 7 de mayo, permaneciendo apenas unas horas.
Tras su regreso a Nueva York tuvo noticia de la violenta muerte de Carranza, y su intención inicial de escribir un libro elogioso para México cambió, aceptando la invitación de los diarios más importantes de Estados Unidos para contar su experiencia mexicana, que plasmaría en una serie de artículos. El New York Times informó a sus lectores de lo afortunados que eran al contar con el “brillante novelista español” como intérprete del México revolucionario. El primero de estos artículos se publicó el 16 de mayo, y en ellos mostró una clara hostilidad hacia el pasado más reciente de México, recalcando que el militarismo era un mal endémico en ese país, lo que hacía imposible su progreso.
Lógicamente, en México no sentaron nada bien los artículos de Blasco Ibáñez, que Dutton&Co se apresuró a editar como libro, Mexico in revolution, que se tradujo también al castellano y al francés, y le acusaron de haber traicionado su confianza, vendiéndose a los intereses norteamericanos.
A su regreso, Blasco Ibáñez recibió un encargo del World de Nueva York para cubrir la convención republicana, celebrada en esa ciudad entre los días 8 y 12 de junio, publicando tres artículos.
Como resultado de su estancia en los Estados Unidos, Blasco Ibáñez obtuvo 10 contratos con las principales productoras cinematográficas del momento (Metro Pictures Co., International Magazine, International Film Service, Paramount, Famous Player Lasky, Metro Goldwin Mayer Co.) por un total de 406.500 dólares de la época, además de otros 8 contratos con editoriales (International Magazine, King Features Sindicate, Thornton Butterworth Ltd., A. Knopf) y la colaboración con Cosmopolitan, el magazine del magnate Hearst, y con el Chicago Tribune, de su competencia.
Como símbolo de su triunfo en los Estados Unidos, Blasco Ibáñez se trajo dos coches Cadillac, que embarcó hacia Europa. Como él mismo le escribió a su yerno: “He traído de los Estados Unidos un automóvil Cadillac magnífico (la mejor marca) de 33 caballos mínimum, pero puede desarrollar hasta 70, y de turismo (7 asientos). Cerrado ya tengo uno que está en París. Este es abierto para grandes viajes, subir montañas, etc.”
LA VUELTA AL MUNDO
Apenas tres años más tarde, en 1923, Blasco Ibáñez regresó a los Estados Unidos, concretamente a Nueva York, para hacer realidad uno de sus sueños: dar la vuelta al mundo. Un sueño que arrastraba desde su juventud, cuando intentó ser marino mercante para “ver mundo”.
Su fama en aquel momento era tal que, solo en los Estados Unidos, su novela The four horsemen of the Apocalypse llevaba vendidos dos millones de ejemplares, y la película, basada en esa novela e interpretada por Rodolfo Valentino, había sido visionada por más de 50 millones de espectadores.
Viajó desde Francia hasta Nueva York a bordo del transatlántico Mauretania, para embarcarse en un yacht magnífico, el Franconia, junto a otras 300 personas, para dar la vuelta al mundo. El viaje costaba 20.000 dólares de la época, por lo que era un viaje exclusivo para millonarios. El 20 de octubre de 1923 se inició la singladura, teniendo previsto regresar a principios de abril de 1924.
Durante su viaje anotó sus impresiones en tres libretas, y con estas notas, junto a su prodigiosa memoria, escribió un libro de viajes titulado La vuelta al mundo de un novelista, que consta de tres volúmenes, que se publicarían entre 1924 y 1925. Además, iría enviando al Hearst´s International Magazine diversos artículos sobre su aventura, al precio de 10.000 dólares cada uno.
En diversos países fue recibido con honores de Jefe de Estado. En Panamá fue agasajado por su presidente, Belisario Porras, y en Filipinas fue cumplimentado por las autoridades filipinas y norteamericanas, fue recibido en el Senado y comió con el general Leonard Wood, gobernador general de Filipinas, en el palacio de Malacañang. Además, se editó un libro recogiendo las actividades desarrolladas durante su visita. En muchos puertos (La Habana, Honolulu, Yokohama) el novelista fue recibido por grupos de periodistas que le fotografiaban y saludaban como autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Las escalas de este viaje alrededor del mundo, fueron:
-Estados Unidos (Nueva York)
-Cuba (La Habana)
-Panamá
-Estados Unidos (San Francisco)
-Hawai (Puerto Hilo y Honolulú)
-Japón (Yokohama, Tokio, Osaka, Nara, Niko y Kyoto)
-Corea (Fusan y Seúl)
-China (Pekin, Pukow, Nankin, Shangai y Woosung)
-Hong-Kong
-Filipinas (Manila)
-Isla de Java (Tanjung Prior)
-Malasia (Singapur y Johore)
-Birmania (Rangún)
-India (Zona oriental, Calcuta)
-Ceilán (Colombo y Kandi)
-India (zona occidental, Bombay y Nueva Delhi)
-Sudán (Port Sudán)
-Egipto (Asuán, El Cairo y Alejandría)
-Italia (Nápoles)
-Mónaco. En este puerto desembarcó Blasco Ibáñez, dando por concluido su viaje.
-Gibraltar
-Estados Unidos (Nueva York). Fin del viaje.
Finalmente, el Franconia le dejó en el puerto de Mónaco (el barco siguió su singladura hasta volver a Nueva York), desde donde se trasladó a su residencia de Fontana Rosa, situada en Menton (Francia). En el muelle se depositaron veintitrés cajas grandes y bultos del equipaje, que contenían los numerosos objetos y recuerdos que Blasco había adquirido durante su viaje.
Como anécdota, en el café de París se encontró con unas conocidas, que le preguntaron: “¿De dónde viene usted? Hace mucho tiempo que no le vemos”, a lo que Blasco respondió con total normalidad: “De dar la vuelta al mundo. Acabo de desembarcar”.
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